Cayó Miloseviv hace ya tiempo, el país ha recobrado poco a poco su libertad y los serbios se sienten como liberados de una pesada carga. Se quitaron la losa que les enmudecía desde hacía años. Las calles van recobrando su fuerza, su antigua normalidad, ya hay músicos ambulantes en la calle, vendedores de CD piratas, como en cualquier otra ciudad de Europa, también hay menos tensión, menor sensación de angustia y represión. Habían sido muchos años bajo el corsé comunista, de no poder disfrutar libremente, de no poder exteriorizar en las calles y plazas lo que la gente pensaba de la pesadilla nacionalista desatada por el veterano dictador, cuando sacó de la caja de Pandora el hacha de guerra contra los albaneses, allá por el año 1989 en el Kosovo, y los croatas y los eslovenos.
Ahora Belgrado resucita entre las ciudades agónicas de los Balcanes y recupera su brío de antaño; siempre fue, quizá a su pesar, la gran capital de esta región donde acaba Europa pero no se sabe si comienza.
EL Kalemegdan: una metáfora de la historia serbia
Belgrado (o Beograd), que significa en serbio la ciudad blanca, está situada sobre una colina en la confluencia de los ríos Sava y Danubio, un lugar estratégico desde el que hace más de dos mil años se siguen los movimientos, tácticas y estratagemas de aquellos que osaron atacar y tomar a la vieja capital de Serbia. No en vano, Belgrado está dotada de numerosas almenas, fortificaciones y torres de vigilancia con finalidad militar. La Torre Neojsa, la vieja Ciudadela y la Torre del Reloj, por citar tan sólo algunos en la larga nómina, son lugares de obligada visita para cualquier viajero que se acerque hasta Belgrado. Luego está el impresionante Kalemegdan (kale: fortaleza, megdan:
campo), la vieja fortaleza turca desde la que se divisa toda la ciudad y que tiene una fuerte carga simbólica en la historia de Belgrado. Precedida de un gran parque y situada muy cerca de las zonas más comerciales de la ciudad, el viejo Kalemegdan ha resistido a todo y a todos: ha soportado la larga ocupación turca; las sangrientas luchas por la liberación nacional del siglo XIX; las dos guerras balcánicas; la primera Gran Guerra; la ocupación alemana y después los bombardeos de Hitler; pero también la guerra de resistencia concluida con éxito por Tito y los zarpazos arquitectónicos perpetrados por el régimen comunista. Y aguantó el tipo a Milosevic, que no es poco.
El humorista polaco Stanislav Jerzy Lec -en una anécdota que recuerda Claudio Magris- al contemplar una vez desde Pancevo la orilla derecha del Danubio, en dirección a Belgrado y a la fortaleza del Kalemegdan dijo que en el lugar donde se hallaba, en la orilla izquierda, seguía sintiéndose en casa, dentro de las fronteras de su vieja monarquía Habsburgo y que en la otra parte del río comenzaba para el extranjero, la tierra de los serbios y los pueblos eslavos dominados por los turcos. En efecto, como explica muy acertadamente Magris, “el Danubio era la frontera entre el imperio austrohúngaro y el reino de Serbia”. Belgrado está y estará siempre en la linde, en la línea que separaba y separa irremediablemente a las dos Europas que hoy parecen reencontrarse.
El Kalemegdan es la metáfora viva (aunque parezca inerte) de la historia de Serbia. Ha resistido el paso del tiempo, de los más negros y crueles avatares que se han sucedido en este país en los últimos siglos. Hoy, pese a su apariencia ingenua por los niños jugando en su interiores y los enamorados dándose besos furtivos en los bancos de la vieja fortaleza, el Kalemegdan nos recuerda la historia de Serbia, un rosario de guerras, infortunios, dictaduras inextinguibles, crisis políticas y violencia. Y es que la historia de Serbia es una sucesión de conquistas y grandes batallas. Su situación geográfica, a medio camino entre Oriente y Occidente, entre el cristianismo y el Islam, convirtieron a este país en un punto estratégico para el control de toda una región. Belgrado, por ejemplo, fue tomada por los cruzados de Pedro Amiens en el siglo IX, quienes no por llegar desde el Occidente la respetaron, sino que siguiendo las rancias tradiciones de la época saquearon e incendiaron la ciudad.
Frutos de toda esa historia son los principales monumentos, museos, iglesias, mezquitas y sinagogas que hoy podemos ver en Belgrado. Pero no sólo nos encontraremos con la historia y la arquitectura, que se entremezclan como un todo en la capital serbia, sino que la ciudad es muy rica, variada y ofrece una buena lista de bares, restaurantes, discotecas, tiendas y hoteles para disfrutarla e incluso divertirnos. Por cierto, dentro del recinto del Kalemegdan no olvidemos visitar el Museo Militar, la fortaleza de Belgrado y recorrer todas sus puertas y edificaciones, así como contemplar su grandiosa y bella vista de la confluencia del río Sava sobre el Danubio.
De la calle Knez Mihailova Skadarlija
Te recomendamos comenzar tu paseo en esta calle saliendo desde el Kalemegdan hasta un lugar denominado Terrazije, a apenas unos del mítico Hotel Moskva, epicentro de la vida social, cultural y política de la capital serbia de antaño, y a unos pasos de la plaza de la República.
En esta calle, una suerte de Oxford Street londinense o Gran Vía madrileña, puedes encontrar de todo: desde las tiendas con más glamour de moda llegadas en los últimos años hasta bares de copas y confortables terrazas. La calle Knez Mihailova (Príncipe Miguel) está repleta de puestos de souvernirs, vendedores ambulantes, pintores, músicos callejeros y una fauna urbana en la que abunda de todo, desde turistas hasta simple paseantes perdidos en la tranquilidad de una calle peatonal en medio de la jungla de la ciudad.
Una vez llegados a la Plaza de la República, hay que reseñar en este lugar varios edificios muy representativos de Belgrado y de carácter neoclásico: el Museo Nacional -cerrado por unas obras interminables-, el Teatro Nacional y la imponente estatua ecuestre del Príncipe Miguel. No muy lejos de esta plaza también hay dos de los más importantes centros religiosos de la ciudad, la Sinagoga de Belgrado (Maršala Birjuzova, 19) y la Catedral Ortodoxa serbia dedicada al Arcángel San Miguel (Knze Sime Markovich), un edificio del siglo XVIII bastante básico y de una arquitectura modesta y humilde. Los dos lugares se encuentran muy cerca el uno del otro y sólo por el paseo, en pleno centro de Belgrado queda todo, merece la pena visitarlos.
Muy cerca de la Catedral, casi enfrente de la misma, se encuentra la Residencia de la Princesa Ljubica, típico edificio de corte de la arquitectura serbia del siglo XIX y construido a principios de esa centuria por orden del príncipe Milos. El lugar tiene elementos arquitectónicos serbios, turcos y europeos, constituyendo una buena síntesis de las influencias que llegaron hasta Serbia de la mano de las distintas invasiones y ocupaciones. Hoy es un museo, y si se tiene tiempo, recomendamos su visita antes de continuar callejeando por Belgrado.
Otros edificios del centro histórico que tienen cierto interés son: la mezquita Bajrakli (Gospodar Jevremova,11), una edificación del siglo XVI que es la única que está en activo en el culto islámico; el Ayuntamiento de Belgrado (Uzun Mirkova, 1), de clara inspiración neoclásica y construido a fines del siglo XIX; la Presidencia de la República de Serbia (plaza Andricec Venac), levantado en el mismo período que la sede municipal y de estilo neobarroco y con elementos neorrenacentistas; la Iglesia de San Marcos (parque Tasmajdan), finalizada en 1940 y levantada sobre los restos de otro templo del siglo XIX, recordando mucho a la imponente iglesia serbia de Gracanica, en Kosovo; y, finalmente, la sede de la Asamblea Nacional de Serbia (plaza Nikola Pasic), cuya obra comenzó en 1907 y que fue interrumpida por la primera Guerra Mundial que dilató el trabajo por años.
Para ir concluyendo nuestro itinerario por Belgrado, pero sin perder de vista que estamos hablando nada más de la vieja ciudad que se encuentra en una de la dos orillas del río Sava y que de la otra parte, de la nueva industrial urbe que se desarrolló al otro lado, apenas nos hemos referido, debemos dar cuenta de algunos lugares de interés que no debes dejar de visitar. Por el día te recomendamos, por ejemplo, un paseo por el Jardín Botánico Jervremovac de la ciudad, que fue fundado, como muchas instituciones serbias, tras haberse desprendido el país del yugo turco, en 1874, y que hoy cuenta con una buena colección de especies, siendo un lugar muy indicado para el paseo y el relajo sin mirar el reloj. Muy cerca de este recinto de jardines y plantas de más de 50.000 metros cuadrados, nos podemos dirigir hacia Skadarlija, un barrio bohemio, residencial y que está plagado de restaurantes y bares muy coquetos, acogedores y con buenos precios más o menos. Te recomendamos recorrer la calle Skadarska, donde se encuentran los mejores locales y bares, para que puedas conocer algo de la gastronomía.