Empezó con la industria musical, llegó a la audiovisual, luego a las telecos, a la distribución, al turismo, al transporte… y ahora es el turno de la banca. Hablamos, obviamente, de los efectos disruptivos de la tecnología que, tras haber puesto patas arribas prácticamente todos los sectores de la industria tradicional ha llegado también a la banca.

Las entidades de siempre están viendo como su dominio exclusivo en la industria financiera se va acabando, erosionado por la llegada de nuevos competidores que, a través de diferentes estrategias, entran en múltiples segmentos del negocio bancario y seducen a sus clientes.

Pero, ¿quiénes son estos nuevos competidores y hasta qué punto amenazan de verdad a los bancos?

En un estudio recién publicado, el Instituto de Estudios Bursátiles (IEB), en colaboración con varios bancos y empresas tecnológicas, ha intentado poner orden en este nuevo universo, ya conocido por todos como fintech. El estudio los divide, primariamente, en dos categorías: las grandes tecnológicas que han empezado a asomarse a este mundo y las startup, empresas de nueva creación que nacen con el propósito de dar respuesta a exigencias concretas en segmentos determinados del negocio.

En el primer grupo se sitúan los grandes del sector: Google, Apple, Facebook, Amazon, Paypal y, último en orden de llegada, Samsung. Empresas que “más que clientes tienen fans”, como destaca Rodrigo García de la Cruz, director del Programa Directivo de Innovación y Tecnología Financiera del IEB y co-autor del estudio. Todas ellas suponen un peligro para la banca en dos sentidos. Primero, manejan una enorme cantidad de datos de sus usuarios y clientes, lo que les pone en la situación de poder ofrecerles productos y servicios absolutamente específicos para sus gustos y necesidades. Segundo, sus clientes las quieren y son fieles.

De momento, los pagos

Esta afirmación es particularmente evidente cuando se habla de Apple, una compañía que despierta pasiones. Una encuesta realizada hace tiempo en Estados Unidos por una consultora británica llegaba a la conclusión de que un hipotético iBank captaría en su primer día 37 millones de clientes. Para ponerlo en contexto: Santander, el banco más grande la eurozona y con presencia consolidada en diez países, tenía al cierre del año pasado, 117 millones de clientes.

Se dice en los ambientes financieros que la peor pesadilla de los banqueros es el fantasma de Google Bank. ¿Cómo criticarles? Google tiene datos e información, una estructura interna ágil, talento y mucho, mucho capital. En Estados Unidos y Reino Unido lleva años concediendo préstamos a pymes a las que financia la compra de publicidad en su buscador. Presta también a través de la plataforma de préstamos P2P Lending Club, de la que compró un 7%, tiene un broker online y, obviamente, Google Wallet, su monedero electrónico que ya permite enviar dinero entre Estados Unidos y Reino Unido a través del correo electrónico.

Y, para condimentar todos estos explosivos ingredientes… ¡tiene ficha bancaria!

Eso sí: la tiene (en Holanda), pero no la utiliza.

Y no la utiliza porque Google, como las otras tecnológicas, se limita por ahora a entrar en segmentos muy concretos del negocio financiero, principalmente la desintermediación en los medios de pago. Facebook permite hacer transferencias de dinero entre particulares a través del Messenger (por ahora, sólo en Estados Unidos); Apple Pay es el rey de los sistemas de pago contactless, hasta el punto que, en EE.UU. ya tramita dos de cada tres dólares que se mueven por estos circuitos; PayPal tramita a diario pagos por siete millones de dólares en 25 divisas diferentes y Samsung ha lanzado su propio Samsung Pay.

También se están metiendo en el segmento de los préstamos entre particulares y a empresas, aunque, de momento, siempre en relación con sus otros negocios. Además de la ya citada financiación de Google a sus anunciantes, está Amazon Lending, con la que Amazon ofrece préstamos a las empresas que venden en su red.

Los expertos tienen claro que todas estas empresas irán más allá y colonizarán otros ámbitos del negocio financiero. Pero también tienen claro que muy difícilmente van a querer ser un banco, por una razón muy sencilla: la banca es menos rentable que ellas.

Por eso, la presidenta de Santander, Ana Botín, dice que la batalla no está perdida. Así se pronunciaba hace unos días en la VIII International Banking Conference de la que era anfitriona: “Lo que está ocurriendo es que empresas que no son bancos están haciendo algunas de las cosas que hacemos los bancos: gestionando pagos, concediendo créditos e incluso llevando a cabo la transformación de plazos”. Pero, añadía “no son bancos. Operan con horizontes distintos. Y no pueden hacer la mayoría de las cosas que hacemos nosotros”.

Startup, un universo en ebullición

Lo que dice Ana Botín es verdad. Las tecnológicas no pueden hacer todo lo que hacen los bancos, ni tampoco pueden hacerlo las startups. Pero nadie puede negar que, entre unas y otras, pueden desplazar a los bancos justo en los segmentos del negocio financiero que son más rentables.

El universo de las startup fintech está en continua evolución y, actualmente estas compañías ya están presentes en la casi totalidad de la cadena de valor del negocio bancario, desde la desintermediación, a los préstamos directos, al asesoramiento, las monedas virtuales, el intercambio di divisas o el tratamiento de datos.

Las startup fintech crecen y se multiplican y cada vez consiguen atraer más inversión. En 2014 el flujo de dinero hacia estas compañías alcanzó a nivel global los 9.392 millones, tres veces más que en el anterior ejercicio, según datos del informe de Accenture, The Future of Fintech and Banking. De esta cifra, 1.140 millones corresponden a Europa, donde también la inversión se triplicó en 2014.

En España el ritmo de crecimiento es el mismo, aunque las cifras siguen siendo mucho más pequeñas: 40 millones, el año pasado.

El florecer de estas compañías tiene varias explicaciones. Las principales son dos: las inmensas nuevas posibilidades abiertas por los avances tecnológicos y la crisis. El colapso económico casi global que empezó en 2007 con las hipotecas subprime estadounidenses y continuó después en Europa como crisis de deuda ha tenido tres consecuencias que han sido un óptimo caldo de cultivo para las startup: falta de crédito; pérdida de confianza en la banca y caída de la rentabilidad de las entidades financieras.

Las startup fintech han visto un hueco para rellenar y han empezado a encontrar inversores dispuestos a financiarlas, a la búsqueda de la rentabilidad perdida que ya no les daba la banca.

Ágiles, rápidos y transparentes

Se calcula que actualmente existen en el mundo unas 12.000 startups fintech. Su estrategia con respecto a la banca tradicional es dúplice: a veces colaboran y a veces compiten. Eso sí, en un caso u otro, se nutren de la información y también de la infraestructura de la banca.

Todas ellas tienen en común que ofrecen a los clientes servicios y productos basados en la tecnología que son inmediatos, fáciles de usar y más transparentes que los que ofrece la banca.

La mayoría de estos productos y servicios se basan en la explotación de la tecnología P2P (peer to peer), que inicialmente se refería a la existencia de redes entre computers iguales, que no necesitaban servidores centrales fijos. Esta tecnología ha acabado transformándose en concepto: todo (o casi todo) puede ser intercambiado entre sujetos que se encuentran a un mismo nivel, sin necesidad de intermediador.

Las startup utilizan este concepto, que también se nutre de una renacida pasión por la economía colaborativa y se ofrecen como plataformas que permiten que este intercambio tenga lugar. Un ejemplo claro son los préstamos P2P, también conocidos como crowlending, en los que unos inversores prestan dinero a otros que lo necesitan a cambio de un interés. En los países anglófonos, las plataformas de crowlending ya están estabilizadas y están compitiendo directamente con la banca en uno de sus negocios core, dar crédito.

La americana Lending Club, por ejemplo, ya ha concedido préstamos por unos 10.000 millones. En España este mercado es aún mucho más pequeño, pero existen ya cerca de 40 plataformas, como Arboribus, Comunitae, o ECrowd.

En muchos casos, el crowlending ofrece financiación a empresas que no consiguen crédito bancario, algo que también hace el direct lending, o sea startup que prestan con capital propio. Todo se hace rápidamente y online, dos características que cada vez más valoran los potenciales clientes. Eso sí, los tipos de interés suelen ser bastantes elevados, al tener que cubrir un riesgo de impago relativamente alto.

Otro segmento del business bancario en el que están proliferando las startup es el mundo de los pagos. Entre las más conocidas están la californiana Square, la sueca iZettle o Circle, que también permite pagos con Bitcoins. La tecnología distribuida que soporta el Bitcoin y las otras monedas virtuales es el Blockchain, que permite transferir cualquier activo entre dos usuarios sin necesidad de intermediación. Una tecnología que, como destaca el estudio del IEB, puede suponer un abaratamiento de costes para los bancos, si estos son capaces de adoptarla rápidamente, pero que al mismo tiempo es también un arma en manos de sus competidores fintech.

Mientras tanto, las startup han entrado de lleno también en el negocio del cambio de divisas. Al no tener grandes costes fijos, estas compañías consiguen ofrecer precios más baratos que los bancos, sin contar que, al estar muy especializadas, también son más rápidas y pueden ofrecer un abanico de divisas más amplio.

Otro peligro para la banca lo representan los llamados agregadores. Son plataformas que se ocupan de Finanzas Personales, asesorando a sus usuarios sobre la gestión de sus finanzas, ahorros, préstamos, o seguros. Aunque no ofrezcan productos bancarios propiamente dichos, compañías como Mint, Knab, Fintonic o Afterbanks se interponen en la relación directa entre cliente y banco, poniendo en entredicho esa fidelidad del cliente que tanto buscan las entidades financieras tradicionales.

La banca privada (es decir, la banca especializada para patrimonios elevados) tampoco está a salvo de los nuevos competidores. Han surgido ya numerosas plataformas de asesoramiento online para la gestión de patrimonios, como Wealthfront, Betterment o Nutmeg, y se prevé que la expansión seguirá. Todo un reto para la banca tradicional, ya que el wealth management es uno de los segmentos de negocio más rentables.

Futuro por descubrir

Cómo acabarán cambiando los bancos por la interacción con estos nuevos competidores todavía no lo sabe nadie. En el sector ya circula un nuevo término que intenta resumir esta compleja interacción: coopetition, es decir, una mezcla de cooperation y competition.

Lo que sí parece estar claro es que la banca tradicional tiene que ponerse rápidamente las pilas para no quedarse atrás en el uso de la tecnología para satisfacer las necesidades de sus clientes.

La digitalización es un camino sin retorno y los bancos lo tienen que emprender con buen paso, ya que arrastran un peso (su estructura) que le dificulta el ir tan rápido como sus nuevos competidores. Uno de los banqueros pioneros en alertar sobre lo que se avecinaba (y que hoy ya está aquí) ha sido Francisco González, presidente de BBVA. Quizás por eso afirmaba hace unos meses, en el Mobile World Congress de Barcelona que “en el futuro BBVA será una empresa de software”. Este futuro, para BBVA y el resto de la banca, está cada vez más cerca.

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