Está claro que si me hubiesen dado a elegir qué sentido perder, habría sido éste. Total, sólo sirve para sentir más cerca a tus seres queridos, para enamorarte, para convertir los cuatro sabores básicos (salado, dulce, amargo, agrio) en más de diez mil combinaciones, para escapar de múltiples peligros. Porque casi todo lo peligroso en este mundo atufa y la evolución no nos habría otorgado un sentido que solo sirve para olfatear perfumes a precios impagables.

El olfato es un sentido muy minusvalorado. Ni siquiera tiene un vocabulario propio para definirlo. Se nutre de los recuerdos. Y por eso, cuando hablamos de algo dulce como la vainilla o del olor amargo del café, aunque usemos adjetivos asociados al gusto, estamos apelando a nuestras memorias. Acordaos de las magdalenas de Proust. Leed El perfume de Süskind (un libro que detesto y que describe muy bien este fenómeno).

El olfato es un sentido invisible, como el tacto. Está ahí continuamente, pero no somos conscientes de su presencia. Al menos, no hasta que alguien lo desenchufa.
Seguro que habéis vivido ese momento en el que se para el aire acondicionado de la oficina y de pronto se escucha un silencio atronador. La pérdida del olfato es algo parecido. De golpe al mundo le falta algo. Y la ausencia es, por momentos, desgarradora.

La pérdida del olfato se denomina anosmia. Si alguien os dice que es anósmico, no penséis ni en orgasmos ni en agnosticismo. Nada que ver.

Hay quien nace sin olfato y hay quien lo pierde por culpa de un traumatismo, un tumor o una infección, entre otras causas. Los motivos son variados e individuales. Es el sentido menos estudiado, así que hay pocas soluciones cuando falla. Sorprendentemente, el número de anósmicos es similar al de ciegos o sordos. Solo que son invisibles. Hace ya un año que no puedo oler y la gente sigue pasándome cosas ante la nariz para que las huela. Es como si no les entrara en la cabeza que me pueda pasar tal cosa.
Y a mí tampoco me entraba, para ser sincera.

Esta mañana el médico, con amabilidad, me ha dicho que lo más seguro es que me quede así para siempre. Que igual a base de corticoides podemos recuperar algo, pero que no me haga ilusiones… Por supuesto, haremos otra resonancia para descartar males mayores (no quiero ni pensarlo, bastante tengo ya). Pero las cosas son así.

Te lo tomas primero con humor, qué vas a hacer. No vas a amargarle el día al médico. Después piensas que no podrás volver a oler a tus hijos y sientes una especie de barrera que te separa un poquito de ellos, que te separa un poquito de un mundo invisible que no puedes percibir.

Debo confesar que salí del hospital y me puse a llorar como una idiota. De pronto la pérdida era algo tangible, real, y espantoso. Me quitaron la esperanza.

Estuve llorando así un rato, contándole por teléfono a mi madre las malas nuevas y entonces, salido de la nada, un chaval se me acercó y me ofreció un clínex. Ese gesto amable me dejó estupefacta. No me lo esperaba. Lo bueno fue que del susto dejé de llorar. Luego pensé, «ese chico es Dios. Porque Dios le da el pañuelo al que no tiene narices«.
La verdad es que esta discapacidad sensorial es una mierda. Nadie la conoce y, lo que es peor, nadie se la cree. La mayoría de las personas a las que les he contado mi situación me han animado diciéndome que no sea negativa, que el día menos pensado me volverá a funcionar el olfato. Y yo me pregunto si eso era lo que le decían a Beethoven: «¡No te preocupes, macho! Que seguro que el mes que viene sales de la cama y tienes de nuevo el oído afinado. Como si no hubiera pasado nada. Así de fácil. Que te preocupas por nada, tronco».

Luego están los que le ven innumerables ventajas al tema de la anosmia, como la de no oler el apestoso mundo que nos rodea. No sé, yo no lo recuerdo como algo tan apestoso. Pero me consta que la mayor parte de mis conocidos están realmente traumatizados con los olores del Metro. Al menos eso parece por las cosas que me dicen. Qué suerte tengo que ya no me toca sufrirlo. Metro y pises de gato. El azote de las napias.

¿Os suena eso que dicen de que cuando se pierde un sentido se desarrollan más los otros para compensar? Hoy, con el runrún de mi pérdida comiéndome la cabeza, estuve interrogando a mi hija de seis años sobre el tema. Yo empecé como el que no quiere la cosa.

– M., ¿sabes cuáles son los cinco sentidos?
– Claro. Oído, vista, olfato, tacto y gusto -en ese orden.
Lanzo mi siguiente pregunta, poniendo el dedo en la herida. En la mía, claro.
– Oye, y si pierdes uno ¿qué pasa?
– Pues que desarrollas más otro para que te ayude con el que te falta -y ahí se notan esas ciencias naturales de primero de primaria.
– Claro. Tiene sentido… Y si pierdes el olfato, ¿cuál crees que se desarrollará más?
No se lo piensa mucho.
– El oído, mami.
Me quedo un poco perpleja, la verdad. Aunque me alivia saberlo, porque tengo un oído bastante bueno. De todas formas yo sigo sin ver la relación.
– Así que si se quema algo, ¿tú crees que me enteraré por el oído?
– Claro mamá. ¡Porque oirás los gritos!
Quién le va a decir que no, con esa lógica aplastante…

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