Los socialistas cuentan con 189.167 militantes, la peor cifra desde 1986 (158.025). El partido del puño y la rosa vivió su mayor despegue en la Transición (1974-1979) y lleva en continuo retroceso desde 2008. Zapatero depuró el censo en 2002 para distinguir entre los inscritos que pagan cuota y los que no, descubriendo una afiliación la mitad de importante de lo que se tenía contabilizado.

“El partido no es propiedad sólo de sus militantes, es propiedad de la sociedad española, y muy especialmente de la que se identifica con el socialismo, que, salvo una pequeña parte, no está en el partido. En el PSOE hay unos 250.000 militantes, y en las últimas elecciones se han sacado más de ocho millones de votos”. Corría el año 1990 y el entonces presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, ponía letra a un pensamiento que luego se ha reiterado mucho en los círculos socialistas: la suya es una formación de votantes más que de militantes, componen un proyecto que genera simpatías en mucho mayor grado que adhesiones inquebrantables.

Felipe González cogió el partido con 3.000 inscritos y lo dejó con 370.000

Y así ha sido tradicionalmente. Desde su consolidación como alternativa de gobierno, el PSOE ha recibido mucho más apoyo en las urnas que en las agrupaciones. No es un partido de hinchada, sino de construcción social pausada. Como gustan de decir sus dirigentes, «el que más se parece a España». Y por eso ha tenido facilidad para atraer a independientes de la sociedad civil, tanto para asesorías coyunturales como para formar parte de las listas y de los Gobiernos de González y Zapatero. Pero la sangría de militantes de los últimos años, producida al tiempo que se rompía el suelo electoral, sí preocupa. El PSOE está perdiendo presencia en las instituciones a la par que músculo en la calle, activistas comprometidos e ingresos.

A día de hoy, Pedro Sánchez cuenta con 189.167 inscritos en sus filas. Esa fue la cifra oficial que dio el partido antes de la consulta a la militancia sobre las negociaciones postelectorales, en febrero. Hay que remontarse tres décadas para encontrar un dato peor: 1986, con 158.025 militantes socialistas. El PSOE acumulaba entonces una década de fulgurante expansión y al año siguiente ya batía con creces ese número, para situarse con 189.857 incondicionales.

El volumen actual también es peor que el registrado en 2014, cuando Sánchez fue elegido secretario general (198.123). Este dato, a su vez, había reflejado una merma importante respecto al del 38 Congreso Federal (año 2012, 216.952 afiliados), donde se designó a Alfredo Pérez Rubalcaba como sucesor de José Luis Rodríguez Zapatero.

Y la caída no había comenzado ahí, sino en plena era Zapatero, primero como consecuencia del cambio en la contabilización del censo interno y después también por el deterioro del proyecto. José Blanco, secretario de Organización, llevó a cabo en 2002 una ‘limpieza’ en el registro para separar a los inscritos que pagaban cuota (afiliados) de los que no lo hacían (simpatizantes). Como resultado del trabajo, afloró una militancia real la mitad de numerosa que la oficial. Se contabilizaron 210.000 afiliados, por los 411.416 que compusieron la membresía socialista ante el 35 Congreso Federal, celebrado en 2000 para elegir nuevo líder entre Zapatero, José Bono, Matilde Fernández y Rosa Díez.

Las sospechas sobre la fiabilidad del registro se habían iniciado en 1998, con la celebración de las primarias entre Josep Borrell y Joaquín Almunia para designar candidato a La Moncloa. Como tiene estudiado la politóloga Tània Verge, en esa cita participó el 54,3% de un censo que rondaba los 383.000 miembros. Dato que se consideró inquietantemente escaso.

Zapatero encargó a Blanco acabar con las disfunciones de un censo claramente hinchado a comienzos del siglo XXI

“Con el padrón anterior, no actualizado en veinte años, se daban dos tipos de fraude: la agrupación que impedía el acceso a nuevos militantes porque su secretario temía perder el cargo y la que disimulaba los impagos y las bajas para mantener o incrementar los delegados que le correspondían en los congresos”, explica Verge en su obra Partidos y representación política: Las dimensiones del cambio en los partidos políticos españoles (1976-2006). Blanco acabó con esas disfunciones depurando los “errores, fallecidos y bajas no tramitadas” y centralizando el abono de las cuotas, al exigir el pago en “dos giros semestrales a través de la domicialización bancaria” a cuenta de Ferraz.

Los cambios se ejecutaron a través de la Oficina Federal de Afiliación y Censos para reglamentar los procesos de primarias, que tenían vocación de permanencia pese a la mala experiencia que supuso el enfrentamiento Borrell-Almunia. Según los datos de Verge, el PSOE llegó a sumar en 2004, entre afiliados y simpatizantes, 546.746 miembros. Ocho años después, el total de la membresía se había estabilizado en el horizonte de los 600.000, aunque para los procesos internos y a efectos oficiales solo se contara ya -como ahora- a los que pagan cuota.

Un sólo bajón anterior

Antes de las mencionadas primarias y de la depuración del censo, en 1996, el PSOE disponía de una afiliación de 369.022 personas, siguiendo la tendencia iniciada en la Transición. La multiplicación de la capilaridad socialista sólo conoció un paréntesis: entre 1979 y 1981. Durante ese tiempo, la militancia se redujo, fruto de las disputas internas que provocaron la renuncia al marxismo y la revisión del ideario para adaptarlo al paradigma postfranquista. El PSOE pasó de 101.081 militantes a 97.320, aunque siguió aumentando el número de agrupaciones.

Salvada la crisis orgánica, el crecimiento iniciado en Suresnes (1974) se retomó. Antes de la muerte de Franco, cuando Felipe González tomó las riendas socialistas, la formación contaba con unos tres mil inscritos. En 1976, ya eran 9.141; en 1977, tras las primeras elecciones democráticas, alcanzaron los 51.552; y en 1979, una vez absorbido el PSP de Tierno Galván y aprobada la Constitución, se superó la barrera de los 100.000.

El PSOE perdió militantes entre 1979 y 1981 como consecuencia de la batalla interna en torno a la identidad marxista

La llegada al poder en 1982 dio otro empujón al proyecto, que dos años después de obtener 202 escaños en el Congreso contabilizó 148.921 miembros con motivo de su 30 Congreso Federal. En 1986 se registra la última cifra inferior a la actual, como ha quedado dicho. El censo sigue creciendo sin control, fruto de la expansión del partido, pero también de la falta de un cribaje que lo actualice con rigor. Hasta que la instauración de las primarias hacen imprescindible esa revisión.

Esa distinción entre afiliados y simpatizantes es frecuentemente aireada desde el PSOE, que afea que sus rivales no lo hagan. En efecto, el PP computa globalmente a todos sus fieles y de ahí que otorgue cifras como la que que en enero de este año difundió El País: 860.423 militantes. Podemos hace tres cuartos de lo mismo y cuenta como militante a cualquiera que se haya registrado en su web, facilitando el DNI, desde 2014 (393.551 personas a día de hoy). Ciudadanos sí contabiliza únicamente a los que pagan cuota. A 1 de marzo, ese grupo era de 32.043 miembros.

*Los datos se han obtenido de la obra Partidos y representación política: las dimensiones del cambio en los partidos políticos españoles (1976-2006) y de las hemerotecas de los diarios ABC y El País previas a los sucesivos Congresos Federales del PSOE, donde el partido presenta siempre balances internos y de gestión.

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