Pedro Sánchez le debe mucho a Santiago Abascal desde un punto de vista político. La presencia del líder de la extrema derecha en la primera línea de la política española le sirve a Sánchez como escudo y coartada para justificar su absoluto fracaso. Lo que es peor es que la gente de izquierda justifica los resultados catastróficos de la gestión sanchista porque «mejor esto que tener a Abascal en el gobierno».
La izquierda siempre se ha caracterizado por el sentido crítico y por no permitir a sus dirigentes que se desvíen de las líneas maestras de lo que se espera de un partido o un gobierno progresista. Sin embargo, los socialistas han dejado de serlo para convertirse en sanchistas irredentos que le perdonan todo porque siempre es mejor un mediocre egocéntrico o un sátrapa bien trajeado que tener a Abascal en el gobierno.
En la derecha siempre se ha perdonado todo a sus dirigentes, incluso la corrupción. Los recortes de derechos y de los servicios públicos no eran cuestionados por la masa de votantes del Partido Popular. A Aznar y a Rajoy se les perdonó todo porque estaban en el poder y la derecha española existe un sentido patrimonialista del gobierno. Da igual que se aprobaran los mayores recortes sociales de la historia de España, que se entrara en una guerra ilegal, que se ocultaran las gravísimas negligencias del Yak-42, que hubiera una contabilidad B con recepción de dinero de empresarios, que comunidades autónomas o ayuntamientos vendieran vivienda social a los fondos buitre. Todo daba igual. Siempre llegaban al mínimo de los 10 millones de votos. En realidad, el votante conservador español no acude a votar, da la sensación de que van al colegio electoral a fichar.
Sin embargo, la izquierda ha sido otro cantar. En el votante progresista, independientemente de que fuera socialdemócrata, socialista o comunista ha existido siempre un espíritu crítico que le llevaba a castigar a sus dirigentes si se salían de lo que se esperaba de un gobierno de izquierdas. Ocurrió con Felipe González, sucedió con José Luis Rodríguez Zapatero por mentir sobre la crisis económica y por perpetrar una reforma constitucional que fue la llave para que Rajoy aplicara el austericidio.
Pero ese castigo crítico no se aplicaba sólo cuando se estaba en el gobierno, sino que el votante progresista castigaba que en los programas se traspasaran líneas rojas ideológicas. Que se lo digan a Joaquín Almunia y a Paco Frutos con su pacto electoral en 2000 que, en vez de frenar a Aznar, lo catapultó a la mayoría absoluta.
Pedro Sánchez, tras su nefasta gestión en la anterior legislatura, logró incrementar los resultados del anteriormente conocido como Partido Socialista, ahora ya Partido Sanchista, gracias a azuzar el miedo a la extrema derecha y a Santiago Abascal.
A partir de ahí se está llevando al país al caos. Sánchez se está aprovechando de la crispación para incentivar un sectarismo absoluto en el que no sólo los militantes sanchistas, sino también una parte de los votantes de izquierdas que han perdido cualquier tipo de espíritu crítico y de capacidad de análisis no sectario para justificar la política «del mal menor».
Ahora la izquierda y la mayoría de los militantes del Partido Sanchista (el PSOE murió en su 39 Congreso Federal) justifica todos los desmanes perpetrados por Sánchez porque «siempre será mejor que tener este gobierno que a Abascal en la Moncloa».
La precariedad del empleo, el incremento del número de trabajadores pobres que se ven obligados a mantenerse en las listas de demanda de empleo, la subida de los niveles de pluriempleo, la realidad salarial más propia de un país del tercer mundo que de la cuarta economía de la UE, los fraudes empresariales, la corrupción judicial, la corrupción política, la estafa de la reforma laboral, la crisis gravísima de vivienda, que también es consecuencia de la errática política del mercado de trabajo y de la permisividad del gobierno con los fraudes empresariales y de la codicia corporativa (como se ha demostrado con el incremento artificial de los precios de alimentos básicos) o la sumisión absoluta de Sánchez a los intereses del independentismo catalán que va a costar más de 250.000 millones de euros de dinero público. Estos son algunos de los grandes fracasos de Sánchez y que, en cualquier otro escenario, le habrían supuesto ya una rebelión interna en su partido (eso pasaba cuando el PSOE era el Partido Socialista) y una revolución parlamentaria para provocar una convocatoria electoral.
Sin embargo, tanto los militantes del Partido Sanchista, que más que afiliados a un partido político actúan como los miembros abducidos del Templo del Pueblo, como algunos votantes de izquierdas defienden con las mismas palabras que los argumentarios redactados por los aparatos de propaganda sanchista y monclovita los gravísimos errores de gestión de Sánchez. Eso sí, siempre añaden la coletilla, «esto es mejor que Abascal en el gobierno». Es decir, el enaltecimiento del «mal menor».
Es tan absoluta la abducción que ha conseguido Sánchez con la política del miedo a la extrema derecha que personas ecuánimes, inteligentes y bien formadas, que durante años han sido muy críticos con el secretario general del Partido Sanchista, que tenían una visión realista de lo que realmente representaba este personaje, ahora lo defienden porque «mejor Sánchez que Abascal en el gobierno».
El miedo a la extrema derecha no lo justifica todo, no es una patente de corso, sobre todo en manos de un hombre que ha demostrado sobradamente su falta de escrúpulos y que no ha dudado en estafar y engañar a los suyos para mantener su estatus. Eso sucedió cuando se retiró 5 días a meditar si valía la pena seguir siendo presidente cuando, tal y como reconoció él mismo en una entrevista, no se le pasó en ningún momento por la cabeza dimitir. Tuvo a la militancia del Partido Sanchista en vilo durante cinco días, permitiendo que gente de toda España se gastara su dinero en ir a una concentración en Madrid, regodeándose de ver a personas mayores llorando, cuando él sabía que no iba a dimitir.
Por otro lado, se está pretendiendo asimilar a quienes son críticos con Sánchez a la extrema derecha. Esta es una manipulación en toda regla que, evidentemente, se sustenta en el miedo inducido a que «Abascal llegue a la Moncloa». Sánchez, en su egocentrismo autoritario, pretende la aquiescencia absoluta, como hace Maduro en Venezuela o Putin en Rusia. No quiere disidencia, como ha demostrado en su gestión del Partido Sanchista. Si tuviera gulags a mano o la posibilidad legal de crearlos, ahora mismo estarían llenos.
Todo es tan chusco que Sánchez recuerda cada día más a aquella viñeta de Ramón (que no de El Roto) en la revista satírica Hermano Lobo.
La extrema derecha no puede llegar jamás al poder, pero tiene que ser el pueblo quien lo decida. Las políticas que defiende Abascal son absolutamente contrarias a lo que se espera de una democracia moderna y global como debiera ser la española. Ni Abascal, ni Alvise, ni ninguna de las marionetas mediáticas que buscan la destrucción para imponer un régimen totalitario, sobre todo porque se prometen cosas que son incumplibles o, directamente, se engaña a la ciudadanía, como hizo Trump en Estados Unidos.